Ojos Violetas

02 octubre 2010 Etiquetas:
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Por: María

La leyenda que voy a contaros es totalmente ficticia, pero está ambientada en un lugar real: el psiquiátrico abandonado de la Atalaya de Ciudad Real. Fue creado como un sanatorio de tuberculosos, pero a los pocos meses la tuberculosis comenzó a erradicarse, así que cambiaron su función a un psiquiátrico infantil, y más tarde, también un psiquiátrico de adultos.

Estuvo abandonado muchísimos años hasta que el hace pocos años lo demolieron, y durante todo ese tiempo fue objeto de numerosas historias y leyendas, incluso llegó a salir en Cuarto Milenio.

Las dos primeras partes de la historia son invenciones mías, pero en la tercera parte tanto las descripciones del psiquiátrico (incluido lo que se encontraba en él) como la historia de los asesinatos son reales.

A sus seis años, era una niña bastante fuera de lo normal. Quizá la mejor palabra para describirla sea inquietante. Nunca llegó a tener la inocencia infantil, nunca jugaba con niños de su edad, ni siquiera prestaba atención a sus padres, nunca nadie la vio sonreir, nunca mantuvo una conversación con nadie. Excepto con sus amigos invisibles.
Sus padres se preguntaban si no era un poco mayor ya pare tener amigos imaginarios, pero cuando le preguntaban que con quién estaba hablando, ella se limitaba a mirarlos con sus fríos ojos de un extraño color violeta y les decía:

- No son amigos imaginarios, existen, y son espíritus.

Muy preocupados, sus padres decidieron llevarla a un psicólogo para averiguar qué le pasaba a su hija. El psicólogo concluyó que la niña tenía problemas mentales, y que la única solución era internarla en un psiquiátrico. Les contó que habían abierto uno hace poco, muy grande, con muchos jardines y lujos. "Todo es poco para nuestra hija" pensaron sus padres, y decidieron internarla allí.
Cuando la niña se enteró, por primera vez sus fríos ojos tomaron adoptaron una expresión, y no fue tristeza, ni miedo, ni siquiera rabia. Fue ira. El psicólogo no pudo olvidar hasta su muerte los gritos de la niña:

- ¡No estoy loca! ¡No estoy loca! ¡No estoy loca!

A los dos días, los padres murieron. La autopsia no pudo revelar cual fue la causa de su muerte, fue como si se les hubiese escapado la vida sin dejar ninguna señal.




Seis años después

- No estoy loca... No estoy loca... No estoy loca....

En su oscura celda, pues no tenía ventanas por si se autolesionaba con los cristales, la niña languidecía tirada de cualquier manera en el suelo. A sus oídos llegaba toda clase de lamentos, gritos y amenazas de los otros internos en el psiquiátrico, quizá simplemente gritaban en su locura, o quizá fueran ciertas las historias que se contaban sobre enfermeros que maltrataban a los pacientes... ¿Qué importaba? Nadie se atrevería a ponerle un dedo encima a ella. Tras seis años interna, todo el mundo había aprendido a temerla. Sus fríos ojos violetas eran la pesadilla de todos, pues cuando la niña los posaba sobre los ojos de alguien, ese alguien sufría las más terribles desgracias. Todos lo sabían, por eso se mantenían alejados de ella. Los enfermeros le pasaban la comida por una rendija a su celda, comida que ella nunca tocaba, y aún así, vivía tras seis años sin signos aparentes de desnutrición.

Una noche, pasó algo que consiguió que los continuos quejidos de los internos se silenciasen, que todo el mundo se paralizase, y un escalofrío común recorrió las espaldas de todos, sin distinciones entre empleados y pacientes. A pesar de estar en junio, una densa niebla rodeó el psiquiátrico, y la temperatura bajó hasta que cientos de bocas comenzaron a exhalar congelados alientos. Un terrible grito cruzó el psiquiátrico de arriba a abajo, un grito agudo, y tan potente que la gente tuvo que taparse los oídos para conservar intactos sus tímpanos, o quizás su cordura, en el caso que aún la tuvieran. Pero no era un grito de los que se oían normalmente en el psiquiátrico, no era de dolor, de terror, de tristeza, de rabia ni de angustia, era muy diferente.

Era un grito de triunfo.

Nadie se atrevio a decirlo, pero todo el mundo sabía de qué celda provenía ese grito.

Al día siguiente, se descubrió que el psiquiátrico había ardido, aunque nadie vio fuego ni humo. No hubo supervivientes.





30 años después


- Dicen que esa niña era la encarnación del diablo, y dicen que desde entonces, cuando alguien se atreve a pisar las ruinas de lo que fue el hospital psiquiátrico, unos ojos violetas aparecen y ocurren las más terribles desgracias...

- Yo ví en los periódicos que aquí cerca un policía mató de varios tiros en la cara a una pareja de jóvenes que habían venido en coche para estar apartados, y luego se suicidó de un disparo en la cabeza... Según dijo su familia, el asesino era un hombre normal y feliz, con su mujer y sus hijos, y nadie pensó jamás que fuera hacer algo así. Quizás fue la leyenda que le afectó...


Dos jóvenes estaban acercándose en plena noche al psiquiátrico, sin ningún motivo en especial, simplemente la curiosidad de los jóvenes ante todo lo desconocido. El edificio, a pesar de ser una sombra de lo que anteriormente era, aún imponía bastante. No había puerta de entrada, sino un enorme agujero negro, por donde pasaron los jóvenes.
Rodearon unos cuantos escombros tirados en el suelo y recorrieron con las linternas el interior del edificio: un largo pasillo con muchas puertas laterales que daban a lo que presumiblemente eran las celdas de los internos, las puertas arrancadas, las paredes medio derruidas y repletas de pintadas. Lo único que aún conservaba su puerta de metal verde era un ascensor, que también era el único ascensor que quedaba, atascado a través de los años entre dos plantas. De los demás ascensores ahora sólo quedaban los huecos, por lo que tuvieron que ir con mucho cuidado.

Poco a poco fueron atravesando los angostos pasillos sumidos en la oscuridad y descubriendo las salas. El lugar ya no tenía muebles, pero las salas acolchadas se conservaban casi intactas. Pasaron a varias habitaciones: una aún se conservaban colgados en las paredes los dibujos que hacían los niños con trastornos mentales; en otra vieron al menos mil clavos clavados muy juntos y muy rectos en la pared ¿quién habría hecho eso y por qué?... En otras habitaciones encontraron incluso ruedecillas de lo que fueron las camillas de los pacientes.
El lugar estaba lleno de pintadas de arriba a abajo, pero los dos jóvenes descubrieron algunas que eran diferentes y tenían el aspecto de llevar mucho más tiempo allí, estas pintadas rezaban cosas como "Aquí se mata a las 2,30", "El que entra aquí no sale", "Muerto no te preocupes, tú tranquilo", "Comer de lo comido"...
Siguieron avanzando y entraron la antigua capilla, la sala más espeluznante de todas, con una especie de altar al fondo y grandes ventanales sin vidrieras. El suelo estaba lleno de plumas y sangre: extrañados, miraron hacia arriba y con horror descubrieron una hilera de palomas limpiamente decapitadas empaladas en fila en un hilo blanco, mecido por el viento. Los cadáveres de las palomas no eran muy antiguos, lo cual les llevó a preguntarse qué clase de maníaco había estado hacía no mucho en ese mismo lugar.

- Mejor vámonos tío, que me está entrando miedo...

El otro se hizo el valiente, pero estaba deseando alejarse de aquellas lúgubres salas. Quizá por el pánico que les estaba comenzando a invadir, creyeron oir susuros a su espalda, pero no se volvieron, simplemente echaron a correr lo más rápidamente que pudieron. Con la carrera, ni siquiera se preocupaban de apuntar con las linternas. Ya no se preocupaban de disimular su miedo: sólo querían salir de allí cuanto antes y dejar de sentir esa especie de presencia fantasmal que les oprimía el pecho.
Tan rápida era su carrera que uno de ellos no pudo evitar tropezarse en la escalera sin pasamanos, y tras un vano intento de aferrarse a cualquier sitio, cayó a la oscuridad. El otro, aterrado, intentó sin éxito ayudarlo, y al ver que había caído irremediablemente, se dio toda la prisa que pudo en bajar donde estaba su amigo.

Al llegar abajo, se lo encontró con un brazo y una pierna doblados en un ángulo extraño, pero aún vivo, y suspiró de alivio. Fue a ayudarle, se pasó el brazo que no estaba roto por los hombros e intentó levantarlo, pero cuando se dio la vuelta para intentar avanzar hacia la salida, vio algo que hizo que se parase en seco.

Dos luces violetas apuntaban hacia él...






El que entra aquí no sale.


(Publicado anteriormente - por mí - en ciao.es)

3 comentarios:

  1. Si os inchais a poner cosas de estas me va a molar vuestro blog

  1. conchitabh says:

    Oh muy buena historia, q miedo, pero ya no actualizan el blog?

  1. Anónimo says:

    como te puedes tomar esto de esa manera ,inventado las cosas ,ahy an pasado historias muy bonitas y muy trágicas ,como para andar tu aki ahora diciendo tanta estupidez junta.
    ahy k ser mas consecuente con lo k se dice ya k hay historias tan mal contadas k pueden herir gravemente la sensibilidad de las personas maja y te aconsejo k pa escribir estas tontas mejor dedícate a otra cosa
    un saludo